El 3 de marzo, el equipo de Spacex, empresa encargada de los vuelos espaciales privados y proyectos similares, realizó la prueba de altitud de su décimo prototipo de cohete Starship.
Un proyecto ambicioso
Los prototipos de naves estelares tienen al menos 120 metros de altura y están diseñados para transportar toneladas de equipaje y peso vivo (pasajeros). Es el cohete elegido por Spacex para las futuras misiones espaciales y vuelos privados y comerciales que tiene previsto desarrollar para 2023-2024.
Por ello, Elon Musk sigue adelante con el programa y el calendario de vuelos de Spacex, lo que en parte se ve facilitado por el hecho de que sus cohetes son vehículos totalmente reutilizables. Esto no sólo le ahorra tiempo, sino también dinero, ya que estos cohetes no son baratos de montar y diseñar.
Hasta ahora, los vuelos han sido calificados por Musk y su equipo de Spacex como un éxito, ya que han ido obteniendo interesantes conocimientos sobre el rendimiento de su nave espacial y sobre cómo mejorar aún más el despegue y el descenso en la órbita terrestre.
Sin embargo, los últimos vuelos realizados desde el pasado diciembre pueden haber tocado la fibra sensible de Musk y sus inversores.
¿Más allá de los problemas de aterrizaje?
Hay que recordar que SN8 y SN9 tuvieron problemas en el aterrizaje que acabaron provocando la explosión de uno de los motores del raptor. Este problema se resolvió en el SN10, lo que hizo que el aterrizaje fuera un éxito y quizá uno de los mayores momentos de celebración de la empresa.
Pero la felicidad sólo duró unos minutos, hasta que el SN10 explotó, voló por los aires y se rompió al impactar con la superficie de la plataforma de aterrizaje.
Según Musk, el aterrizaje no fue tan exitoso ya que el cohete tuvo una fuga de metano antes de aterrizar y fue un poco brusco, aplastando parte de la falda y las patas de aterrizaje.